Juan Luis Corporán / Ciudad Alternativa
La nueva intervención en el barrio Domingo Savio, como era de esperarse, ha despertado en los-as comunitarios-as el mayor hervidero de los últimos años. Se trata de un barrio sumamente estudiado, en el que confluyen más de 70 organizaciones territoriales de diferente índole, que han disfrutado, en menor y mayor medida, de una visión de política alternativa. De ahí que sean más susceptibles al reconocimiento de la manipulación, el clientelismo y demás subterfugios a los que nos han acostumbrado los distintos partidos de la fauna política proselitista.
Para entender lo sucedido, en los últimos meses es importante hacer dos ejercicios. En primer lugar entender que no se trata de un barrio como un todo homogéneo (como lo ve la ONE), sino de un territorio inteligentemente sectorizado. No es igual La Ciénaga que Los Guandules, o arriba que abajo. Pero de esto hablaremos más tarde.
El segundo elemento de suma importancia, recurriendo a un ejercicio con connotaciones más académicas, es abandonar la concepción normalizada de política como dominación; según Dussel, heredadas de la modernidad eurocéntrica (ya presente en N. Maquiavelo, Th. Hobbes, y tantos otros clásicos incluyendo M. Bakunin, L. Trotski, V.I. Lenin o M. Weber -cada uno con diferencias conceptuales importantes) debido a que no permite ver las demandas de las organizaciones sociales, decididas a instaurar visiones más horizontales y positivas del poder político (Dussel, 2006).
Siguiendo a Dussel, para hacer el ejercicio, es sustancial recuperar el concepto de potentia, el cual depende de tres categorías básicas, dinámicamente articuladas: voluntad de vivir, consenso racional y factibilidad estratégica.
La primera, voluntad de vivir, parte de ese instinto gregario del ser humano, reconocido por la antropología, que le impulsa a vivir en comunidad (Dussel, 2006). El ser humano en comunidad, al igual que todo grupo de seres vivientes, permanece amenazado en su vulnerabilidad por la muerte, por la extinción; con lo cual, plantea Dussel, debe continuamente tener una ancestral tendencia o instinto a querer permanecer en la vida o a postergar el inexorable colofón.
La voluntad de vivir se convierte en la esencia positiva, el contenido de la fuerza, como potencia que puede mover, arrastrar, pero sobre todo empuñar o inventar medios de sobrevivencia para satisfacer necesidades y con ello perdurar. Con esto, platea Dussel, “en cuanto al contenido y la motivación del poder, voluntad-de-vida de los-as miembros-as de la comunidad, o del pueblo, es ya la determinación del poder político. Visto la política como actividad que organiza y promueve la producción, reproducción y aumento de la vida de sus miembros-as” (Dussel, 2006).
Esa voluntad de vivir, ese ímpetu, es lo que deja pasmado a todos-as los-as allegados-as, de otros lares, a esta barriada numerosa de Domingo Savio. Población amenazada constantemente por diversas vulnerabilidades, que deben ser negadas por satisfactores, entre ellos, la más visible y cotidiana: la del hambre. Pues cada día -tempranito en la mañana- cada familia tiene que salir a las calles a buscar la procura existencial, que pende de hilos inclementes como la fluctuación de la economía, el clima, la capacidad de negociación, la cercanía al espacio de transacción de su fuerza de trabajo, etc.
Ahora bien, esa fuerza, todos estamos conscientes, está intrínsecamente permeada por la capacidad de la comunidad para articular las voluntades hacia objetivos comunes, sumando orgánicamente sus fuerzas como una “voluntad de vivir común”, logrando mayor potencia, que es, en un resumen muy apretado, el segundo enfoque que Dussel categoriza como consenso racional.
La práctica del consenso la hemos contemplado, sin muchas disquisiciones teóricas, en la organización, como comunidad comunicativa, lingüística, que logra el predominio de la razón práctica-discursiva materializada en espacios de coordinación. Allí confluyen diversas expresiones comunitarias que han generado espacios de confianza, como, plantea Dussel, “sujetos libres, autónomos, racionales, con igual capacidad de intervención retóricas, para que la solidez de la unión de las voluntades tenga consistencia para resistir a los ataques y crear las instituciones que le den permanencia y gobernabilidad” (Dussel, 2006).
Esa ha sido la historia. El Plan Cigua, efectuado en el mismo barrio donde se está interviniendo, fue esencialmente una experiencia de participación popular, que dedicó una atención especial a las organizaciones barriales. En ese sentido CODECIGUA se constituyó en el principal espacio colectivo donde se materializó la participación en el proceso de planificación urbana. Y de igual forma, esta vía permitió que otras organizaciones, que no eran parte de CODECIGUA, y cientos de pobladores-as pudieran participar a diversos niveles y en distintos momentos.
El plan devolvió el protagonismo a la gente, pero también enseñó a que la unidad ejecutora, en ocasiones, debe ajustar los ritmos (los tiempos de los pobladores, no son los tiempos del proyecto), a sortear los desacuerdos y a interpretar las inconformidades. Con ello la participación se convirtió en un parámetro ético-moral de suma importancia. Se aprendió, pues, que caminar sin este nuevo horizonte ético-moral pudiera acentuar los mismos vicios del sistema clientelar y paternalista instalados.
Ahora bien, lo que para Dussel es claro, también lo es para la comunidad. Las voluntades de los-as miembros-as unidos consensualmente no son suficientes para terminar de constituir y mantener el poder político. La comunidad debe fundar o recrear mediaciones, técnicas-instrumentales o estratégicas, que permita empíricamente ejercer la dicha voluntad de vivir desde el consenso comunitario (o popular). Es a lo que Dussel estima como tercera categoría a la que llamó factibilidad estratégica, es decir, la posibilidad de llevar a cabo con la razón instrumental y empírica los propósitos de la vida humana y su aumento histórico, dentro del sistema de legitimación que se haya desarrollado y de las organizaciones que hacen posible las otras dos categorías. Matar las mediaciones, implica matar la esencia misma de la comunidad.
Si esas tres categorías (voluntad de vivir, consenso racional y factibilidad estratégica) se conjugan, plantean Dussel, el espacio de confluencia se convierte en potentia del proceso en cuestión. Se permite, con ello que el poder permanezca en la gente, como una facultad o capacidad que le es inherente, en tanto última instancia de soberanía, de la autoridad, de la gobernabilidad, de lo político.
Hoy no existe la urgencia que produjo el Plan Cigua, generado por el decreto fatalista No. 358-91, que colocó un cuasi-estado-de-sitio a las familias que moraban en el barrio, ni mucho menos la consecuente euforia emanada de su derogación, dado el pertinente decreto presidencial 443-96, ni se trata de todo el barrio, más bien de una proporción -de abajo- de menos de 15% de las familias del todo Domingo Savio, sin embargo existe una mediación de tres coordinaciones en la que participan organizaciones que vivieron la experiencia.
En este caso, el loable intento de las organizaciones por constituirse en un solo espacio de articulación con la potencialidad de ser cuna del consenso racional, emulando experiencias anteriores, ha sido bombardeado, sin mucho esfuerzo “sabiamente” o, en el mejor de los casos, inconscientemente por URBE (expresión técnica del Estado), con el despliegue de, al menos, tres acciones, históricamente transitadas:
Instauración de la ansiedad: se etiquetó al territorio de intervención de inadecuado y a familias que allí habitan de invasoras, como punto de partida para exteriorizar en la prensa la intención del desarraigo uniforme (masivo) a familias con condiciones diferentes, como única posibilidad de negociación (lo coge o lo deja). Solo hay que acercarse a la zona, para verificar que las preguntas de las familias denotan la ansiedad: ¿hacia dónde nos llevan? ¿qué pasará con mi casa? ¿qué pasará con mis hijos? ¿qué están haciendo las organizaciones para protegernos? ¿por qué las organizaciones no nos pasan información?, etc.
Deslegitimación de las organizaciones: con el mínimo asomo a la diferencia con URBE, el espacio de mediación se le tildó de obstaculizador para el desarrollo e indigno representante del sentir territorial, dado que las maduras y diversas reivindicaciones de derecho barrial resultaron en inconvenientes para la solución única, propuesta por URBE. Esto fue grito de guerra para que esta última, traspase las prerrogativas de representación legadas por las organizaciones territoriales al espacio de coordinación, a las juntas de vecinos y familias de la franja.
Inducción del miedo: la peor de las acciones. Expresado en la advertencia a las organizaciones y a sus representantes de que, si URBE se retira por sus insistentes oposiciones, las culpables de que a las familias no le llegue el beneficio del proyecto del Nuevo Domingo Savio serán las organizaciones y personas que se erigen como representantes legítimas de las familias que allí moran. No contentos con eso, advertían además que la misma URBE se encargarían de difundir tal afrenta. Confiando, presumiblemente, como plantea Corey Robin, que el miedo conduce voluntariamente al sujeto a la apacible tranquilidad, pero lo obliga a renunciar a las actitudes de resistencia pasiva ante disposiciones contraproducentes con sus niveles de consciencia.
Trabajar con estas variables de ansiedad, miedo y deslegitimación hacia la consecución de objetivos supra-comunitarios, podrán alcanzar la remoción esperada en términos de eficiencia, podrán obtener el apoyo de organizaciones y personas aisladas que responden a intereses desconocidos por el espacio creado, pero dejarán una estela de clientelismo, paternalismo, división y desconfianza probablemente irreversibles. En la actualidad, más de uno de los-as comunitarios-as, en conflictos frontales con sus pares, responden, sin chistar a los propósitos incuestionables y omnipotentes de URBE, bendecidos por individuos obedientes y disciplinados, extraídos desde los más pobres entre los pobres. Ahí está su perversidad.