Por Jenny Torres
En este año 2019, se cumplen 30 años de la adopción del 17 de octubre como “Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza”. La consigna elegida es: “actuar unidos para empoderar a los niños, a sus familias y a sus comunidades para acabar con la pobreza”.
Buen lema, ¿no? Respondería que sí, si de verdad “empoderar” un niño fuera garantía de la ruptura de la pobreza de todos y todas. Pero la evidencia indica que detrás de otorgar la gestión de la pobreza a quienes la viven, está la culpa.
Hablemos sobre pobreza
Mucho se ha teorizado sobre la importancia de definir “correctamente” lo que es pobreza, a fin de que sea posible medirla a la perfección y poder entonces evaluar las acciones que son implementadas desde los gobiernos. La complejidad del fenómeno ha sido difícil de englobar en una definición que cumpla la función de reflejar a cabalidad el fenómeno, y la vez, la función de poder ser medido y medido de forma comparable; ardua tarea que no ha podido ser alcanzada por ningún indicador por sí solo.
Se ha optado por sacrificar la complejidad por la estandarización, dando al traste con la idea hegemónica de considerar como pobre a las personas que tengan ingresos inferiores a un tope, descarnando al fenómeno de toda idea que huela a contexto.
Tal y como expresa Leguizamón et al: “…escoger una definición en lugar de otra puede indicar no sólo preferencias académicas sino a veces inclinaciones políticas, sociales y morales. Elegir una definición y no otra también puede conducir a diferentes resultados de investigación en un proyecto”. (Spicker, Leguizamón, & Gordon, 2009)
Al elegir una definición de pobreza estamos eligiendo el trato que se dará a un grupo humano que se encuentra (como punto coincidente de todas las definiciones) en una condición de carencias, privaciones materiales, espirituales, sociales y políticas. Y esa elección cargará con todas las posibilidades de políticas públicas que se puedan concebir sobre eso.
Es así como la casi universal concepción de pobreza nos lleva a mirar por debajo de esa línea (arbitraria, injusta, descontextualizada) y se olvida de lo que está por encima incluso de quienes lideran los proceso de acumulación de capital, como si no tuvieran nada que ver.
Cuando se ha logrado identificar a ese niño que hay que “empoderar” por estar por debajo de la línea de pobreza, el hacedor de política pública, la academia y las agencias implementadoras, se han fijado en como “luce” ese niño (donde vive, cuanto ingresa a su hogar, hace cuánto vive allí) en un momento dado. Es como si le tomamos una foto y se frizara su vida para observar sus componentes y describir ese “paisaje”, sin importar cómo llegó a ese “estado”. Dicho de otra manera, las formas de mediciones de pobreza (algunas más sofisticadas que otras) lo que hacen es centrarse en el estado actual de las personas para decidir si cumplen o no el requisito.
Pero así como la foto no cuenta sobre la construcción de la escena, la medida no cuenta las formas en cómo las familias llegaron a ese estado.
Como es un estado al que resulta fácil robarle el contexto, se crean recetas para cambiar dicho estado y se asigna a esa misma “foto” la decisión y voluntad para que pueda cambiar la escena. Es así como se ha construido uno de los imaginarios más potentes sobre la pobreza (y las personas que viven en pobreza). Carlos Barba lo describe de esta forma:
“la pobreza es resultado de incapacidades personales y morales; que los pobres se niegan a trabajar, y que únicamente quienes enfrentan situaciones extremas que ponen en riesgo su existencia “merecen” algún tipo de apoyo, con la condición de estar dispuestos a reformarse y a buscar sus medios de subsistencia en el mercado. Esta imagen cruzó los siglos XIX, XX y XXI y continúa vigente a través de las doctrinas de “menor elegibilidad” y la “prueba de medios” así como en programas modernos como las transferencias monetarias condicionadas.”
De ese modo, dado que la pobreza es responsabilidad individual por las malas decisiones que toman los pobres, también lo será la salida de ella, y bastará con una simple ayuda que les impulse a completar el capital humano que les falta para lograr una inserción en el mercado laboral con mejores ventajas competitivas y de esa forma adquirir el salario adecuado para colocarse sobre la línea de la pobreza. Simple ¿no?
Si es tan simple ¿por qué no funciona?
Lo que ocurre es que ese imaginario de pobreza se inscribe dentro de lo que Holman (1978) citado en (Spicker, Leguizamón, & Gordon, 2009) identifica como explicación patológica que atribuye la pobreza a las características propias de las personas que son pobres. Y esa explicación, además de la inutilidad de los programas que resultan de su enfoque, limita en gran medida la construcción del sujeto.
“yo no veo nada malo que tu reciba algo del gobierno porque bastante hace tu con el gobierno, votar y cosa, si algo te dan”. “…nosotros estamos contentos con la tarjeta. Mire hay veces que no tenemos un centavo y ese dinero llega y es un alivio económico cuando eso llega. Es una ayuda que uno no trabajó, es un regalo que hizo el gobierno…”
“Significa mucho (la pobreza), algo como “una enfermedad incurable”.
“(La pobreza es) muchas cosas. Quieres comprar algo y no puedes, quieres que tus hijos estudien algo más y no puedes. Si Dios lo manda así, que vamos hacer”.
Transcurren décadas y la discusión sobre la pobreza continúa sobre el tapete. Pero siempre desde la mirada instrumental de la medición. Precisamente el Premio Nobel se otorga en este año 2019 a una economista (Esther Dufflo) y dos economistas (Michael Kremer, Abhijit Banerjee) creadores del denominado “Poverty Lab”: es una propuesta basada en realizar experimentos con programas sociales en grupos humanos que viven en pobreza (es más complejo claro está) utilizando métodos aleatorios para seleccionar los beneficiarios y grupos control, y así comprobar cuáles son más eficientes, todo dentro del mismo marco, identificar quienes son pobres (condición estado) y empujar a que mejoren su condición para acumular capital social. El resto ya sabemos.
Es cierto que el Poverty Lab ha conseguido mejorar la eficiencia de la entrega de ayudas a los pobres, pero seguirá siendo ese espejismo de pensar que porque “se brinque la tablita” el problema se resolverá; y nacerán cada vez más etiquetas (vulnerables, pobre severo, pobre multidimensional) cometiendo el mismo pecado capital de culpar a los pobres de su estado y responsabilizarlos de su solución.
¿Pobreza o producción de pobreza?
Desde mi perspectiva de análisis, pienso, a diferencia de algunos colegas que me reclaman sobre mi insistencia sobre las mediciones, que el problema real de la pobreza es que midiendo el estado obviamos las verdaderas causas y las confundimos con las características (analfabetismo, condición del hábitat, etc).
Considero más pertinentes las llamadas explicaciones estructurales que:
“atribuyen la pobreza a las estructuras o al poder, a los recursos o las oportunidades disponibles para los diferentes grupos en la sociedad, así como a la forma en que los procesos sociales crean privaciones o bloquean las oportunidades para que algunos grupos o individuos escapen de la pobreza. La pobreza estructural puede ser un resultado de las víctimas de una sociedad competitiva (Titmuss, 1968), de la desigualdad, de la desventaja estructurada o del ejercicio del poder. Identifica la pobreza con el imaginario que considera la pobreza como un producto del funcionamiento del Mercado”. (Spicker, Leguizamón, & Gordon, 2009)
Así quedaría establecido que la pobreza “no cae del cielo”, no es un designio divino o “una enfermedad mortal” que “me tocó”, sino que se tendría la claridad que tiene la estructura de acumulación de capital de las diversas sociedades, que crean una determinada estructura en el mercado laboral y desarrollan una plataforma de influencias que dominan las decisiones de las políticas públicas. Una estructura de acumulación de capital que influye grandemente en las decisiones presupuestarias, el establecimiento de exenciones fiscales, que ha impedido el desarrollo de un régimen tributario progresivo; procesos de acumulación responsables de un sistema de salud cada vez más privatizado, el derecho a la vivienda en manos del mercado, entrometidos en el sistema educativo haciendo este derecho cada vez más afín a lo que necesita el mercado.
Esos procesos de acumulación de capital son en gran medida los responsables de que la pobreza no termine por más programas sociales que se implementen porque son la causa de que esta exista. Así que la pobreza no es realmente un estado, sino que es el resultado de un proceso. Entonces tendríamos que hablar no de pobreza sino de lo que la socióloga noruega Else Øyen bautizó como producción de pobreza.
Else Øyen (citada en (Spicker, Leguizamón, & Gordon, 2009)) define la producción de la pobreza en los siguientes términos:
“Las características de un proceso productor de pobreza pueden ser identificadas como: a) un fenómeno duradero; b) que sigue un patrón repetitivo; c) en donde ciertos actores se comportan de tal manera que la pobreza aumenta o es sostenida; y) en donde las víctimas/población pobre se encuentran en una situación dentro de una estructura que proporciona pocas o nulas oportunidades para cambiar [la situación]”. (Spicker, Leguizamón, & Gordon, 2009)
La pobreza en RD es un fenómeno que no desaparece. Se anuncia la salida de la pobreza de casi 2 millones de personas (brincaron “la tablita”), pero se hace necesario crear la categoría de “vulnerables” para explicar a ese 40% de personas que, habiendo “superado la pobreza”, no alcanza niveles adecuados de bienestar y sobrevive imposibilitado de satisfacer sus derechos fundamentales. Nuestra gente pobre y vulnerable sigue atrapada en esa trampa del progreso que nunca alcanzan.
La invitación es a pesar de los estudios de pobreza como estado hacia lo que Oyen llama la cuarta etapa y es el estudio de los procesos productores de pobreza, porque es ahí que está la clave.
Es tiempo de superar en nuestro país la ilusión de estudiar la foto. Es cierto que es importante “actuar unidos” y paliar las carencias del corto plazo que hace miserable la cotidianidad de mucha gente (con políticas públicas reales). Pero, “empoderando niños” y a “sus familias” para insertarse en un mercado laboral precario, escaso, en donde se hace necesario sobre emplearse para sobrevivir, no vamos a “acabar con la pobreza”.
¿Vamos simplemente a seguir poniendo filtros a la foto y creando vídeos con la historia de «éxito», para que se pueda seguir colgando y que así la Dirección General de Comunicación (DICOM) gane más “likes”; mientras la sobrevivencia sigue siendo la norma y la línea de pobreza del MEPyD continúa asegurando las calorías mínimas necesarias, no para vivir, sino para no morir?