Juan Luis Corporán
de la Comisión de Vivienda y Hábitat de Foro Ciudadano
El eterno retorno es una concepción del mundo y del tiempo que nos remonta antes de la era cristiana. La escuela estoica planteaba que el mundo se creaba, hacía vida temporal y luego se extinguía, para volver a crearse, repitiendo este ciclo eternamente. Más tarde se le identificó simbólicamente con el ouróboros, una especie de animal serpentiforme que engulle su propia cola y que forma un círculo con su cuerpo, representando así aquello que nunca acaba, y que vuelve a repetirse eternamente, volviendo siempre sobre sí a las mismas posiciones. El ouróboros fue utilizado por diversas culturas para expresar el esfuerzo eterno, la lucha eterna, o bien el esfuerzo inútil, ya que el ciclo vuelve a comenzar a pesar de las acciones para impedirlo.
La concepción del tiempo como cíclico es una de las características de los pueblos arcaicos, que sin tecnologías adecuadas tenían que hacer frente a eventos repetidos de la naturaleza, que ocasionaban un panorama similar a eventos anteriores, como si aquello fuese una maldición inevitable.
Salvando la distancia, nuestro país pareciera tener su propio eterno retorno. Cada año vivimos una temporada ciclónica que empieza en junio y termina alrededor del 30 de noviembre, que nos encuentra —cada vez— en las mismas condiciones de indefensión que las temporadas pasadas, como ouróboros comiéndose su propia cola.
Hoy, 28 de octubre del 2022, se cumplen 15 años de la entrada a la Isla de la tormenta Noel. Un evento que paralizó al país e hizo sufrir a miles de familias dominicanas las consecuencias de la mala gestión de riesgo que ha caracterizado a esta media isla.
Unos meses después del paso del fenómeno, el gobierno dominicano encargó a la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a hacer una evaluación pormenorizada del impacto del fenómeno. En el informe se comparaba el reciente evento —Noel— con el ciclón Jeanne que había azotado el país en el 2004 y se decía que los daños y pérdidas que generó Noel había sido superiores. En ese tenor, planteaba que los resultados de la evaluación arrojaba un total de más de 439 millones de dólares (1.2% del PIB o 3.9% de la formación bruta de capital) y que afectó a más del 70% de la población del país de manera directa o indirecta. Peor aún, la tormenta había impactado ocho provincias, en las cuales dejó un saldo de 87 personas fallecidas; 42 desaparecidos; 34, 172 desplazados y 4, 871 personas que debieron trasladarse a albergues habilitados para el efecto en escuelas, iglesias y establecimientos culturales. Debido al desastre, 67 comunidades quedaron incomunicadas con una población total de 17, 222 personas.
De las personas afectadas, contabilizaba la CEPAL, el 90% estaba bajo la línea de pobreza en las provincias con más bajos Índices de Desarrollo Humano (IDH), donde se destacaba como principalmente afectadas un número significativo de mujeres microempresarias, ambulantes e informales que perdieron junto a la vivienda su pequeño patrimonio, negocio y medio de sostén para ellas y su familia.
Como se puede ver, la fatalidad del esfuerzo inútil no es igual para todo el mundo. Probablemente, las familias no afectadas vivió el modelo cronológico lineal y la experiencia del huracán no hizo más que recluirles una o dos horas en sus casas bien acomodas para prevenir cualquier eventualidad, pero una gran parte de la población vivió en carne propia la vuelta de la calamidad, el retroceso y la pauperización de los derechos sociales previstos en nuestra Constitución. Solo hay que revisar el informe de Noel y nos daremos cuenta de lo expresado.
¿Qué significó Noel para las mujeres que sufrieron su embate? Como lo plantea la CEPAL, además de la tragedia de perder su vivienda, para las más de 900 mujeres que fueron a 43 albergues, les implicó una experiencia traumática, profundizada por el manejo inadecuado de los recintos para cubrir las necesidades diferenciadas de hombres y mujeres. No es por menos que, entre las consultas médicas hechas, se informó la presencia de vaginitis, complicaciones asociadas a las malas condiciones de higienes. El informe da cuenta de los altos niveles de inseguridad vividos por las mujeres, tanto internos como externos, en los refugios, así como de pérdida de los medios de vida y del incremento del tiempo que debieron a las labores de servicios para el funcionamiento de la familia.
¿Qué implicó Noel respecto al derecho a la vivienda? Indudablemente que la vivienda es uno de los problemas más serios que el país enfrenta, por cuanto está vinculado a los altos niveles de pobreza, al desorden de la tenencia y a la ausencia del ordenamiento territorial. Existe pues una alta precariedad de las edificaciones y de los asentamientos, lo que queda al desnudo en momentos de eventos climáticos críticos, como sucedió con Noel. Según informó el Instituto Nacional de Vivienda, 3,485 casas fueron destruidas totalmente y 19, 003 sufrieron daños parciales, lo que profundizó, en solo un día, el déficit habitacional del país. Con lo cual, el impacto económico para reestablecer las viviendas ascendió a 2,073.1 millones de pesos dominicanos, esto sin considerar (pues nunca se planificó) el monto de inversión requerido para posibles planes de reubicación de aquellos asentamientos que se encontraban en sitios altamente expuestos a sufrir nuevamente el impacto de eventos similares.
¿Qué implicó Noel respecto al derecho a la salud? La brecha en salud en el país de los sectores empobrecidos es grave y Noel la profundizó aún más. Aunque no se advierte de fuertes daños en los Centros Especializados, sí se afectaron 33 establecimientos de salud de atención primaria, principalmente rurales. Pero, además, el impacto de la tormenta retornó el aumento de la incidencia de enfermedades diarreicas agudas, infecciones respiratorias, afectos asociados a la mala calidad del agua, la contaminación y un brote de leptospirosis, en las comunidades y barrios de los más empobrecidos.
¿Qué implicó Noel respecto al derecho a la educación? Con Noel, 50 mil estudiantes se vieron afectados en la emergencia y fueron destruidos 12 planteles totalmente y 91 parcialmente, mientras que 91 centros fueron utilizados como albergues. Esto implicó que los daños y pérdidas que afectaron al sector alcanzaran 489.45 millones de pesos dominicanos.
El informe dice más. Habla con propiedad y datos económicos sobre pérdidas en sectores tan importantes para el país como agropecuaria, ganadería, industria y comercio, turismo, infraestructuras múltiples, etc., que permiten verificar la gravedad del acontecimiento.
El informe de la CEPAL (2007) sobre la tormenta Noel hace una parada para mostrar al Gobierno Dominicano que no se trata de algo nuevo. Recupera las evaluaciones hechas también por la CEPAL de los acontecimientos de David y Federico (1979), Georges (1998), las inundaciones de las cuencas del Yaque del Norte y del Yuna (2003), del Huracán Jeanne (2004), las cuales, como un déjà vu daban un cuadro similar a lo sucedido con la tormenta Noel. No son tan osados para hablar de descuido, ni señalan que no se le había hecho caso a las pasadas observaciones, pero sí hablan de la vulnerabilidad creciente, ante dichos eventos. Con lo cual sugieren:
“Ello apunta a la urgente necesidad de reducir dicha vulnerabilidad y a manejar el riesgo -físico, social, económico y financiero- mediante medidas y acciones de prevención y mitigación, en lugar de solamente concentrar esfuerzos en la reacción para atender las necesidades humanitarias durante la etapa de emergencia luego de ocurrido un fenómeno”(p.68).
Como vemos la CEPAL percibe, en su diagnóstico, indicios del “eterno retorno” circulando en nuestra historia. Nos invita, implícitamente a dejar de concebir el desastre como una manifestación de la «furia» de la naturaleza e impactos inevitables y a poner el énfasis en las condiciones preexistentes de vulnerabilidad de la sociedad. A buscar esquemas de intervención y acción que permitan pensar en la reducción de las posibilidades de desastres de tal magnitud en el futuro.
Desde el punto de vista de tiempo y espacio, implicaría salir del primitivismo fatalista en el que están inmersas las políticas de gestión de riesgo, que enfrentan a los eventos climáticos con resignación a los designios del universo, enraizados en una concepción del mundo cíclico. Y romper con la visión estoica del eterno retorno que establece el anestesiante “siempre se ha hecho así”, que mata y empobrece. Para pasar a una concepción del eterno retorno Nietzscheana, expresada en su obra “La Gaya Ciencia”, que produce y afirma la vida y que nos devuelve la pregunta ¿si se repitiese algo similar qué cambiarías?, invitándonos a usar de nuestra libertad, inteligencia e instrucción para romper el círculo maldito ouróboros.
Publicado originalmente en Acento.