De izquierda a derecha: Juan Miguel Pérez (sociólogo), María Fernanda López (representante de la FES), Jenny Torres (autora e investigadora social), Juan Luis Corporán (autor e investigador social) y Román Batista (presidente ejecutivo de Ciudad Alternativa).
Santo Domingo. Ciudad Alternativa en conjunto con la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung en el Caribe, presenta su más reciente publicación titulada “Producción de pobreza en el mundo del trabajo”, escrito por los investigadores sociales Jenny Torres y Juan Luis Corporán.
El libro busca aportar en la construcción de nuevos conocimientos que puedan identificar las causas estructurales del fenómeno de la pobreza de manera que se produzca la definición de políticas públicas que dejen de tratar el fenómeno como si fuera algo estático, como una foto que recoge características pero ignora el fondo que lo produce.
La elección de indicadores estadísticos si bien representa un apoyo al seguimiento, no es menos cierto que aportan una visión sesgada de los fenómenos sociales, reduciendo su comprensión a la mirada estadística. El sociólogo francés Serge Paugam plantea que: “los gobiernos eligen definiciones estadísticas que les permiten manipular el número de pobres ante la opinión pública, para demostrar que durante su mandato el número de pobres disminuyó. Esa reducción numérica es un artificio”. Y es un artificio precisamente porque se concentra la complejidad de los subterfugios estadísticos y no en la condición de dependencia que los programas sociales de carácter asistencial siembran en la población empobrecida.
Las mediciones estadísticas ignoran las relaciones de poder y los cercos que se establecen en el mundo del trabajo, que se beneficia de la existencia de tanta población desprotegida que no parece tener más remedio, dado el abandono del Estado, que el de aceptar empleos con salarios de miserias. Salarios que para los minimalismos que promueven las mediciones estadísticas sirven para brincar los umbrales, pero no para generar bienestar. Y que ante las ausencias históricas en la provisión de los derechos fundamentales, estas familias ven diezmados sus pocos ingresos para poder satisfacer su derecho a la alimentación, salud, educación, deporte, arte, entre otros.
Los datos del mundo del trabajo son consistentes en presentar con el paso del tiempo una brecha que no se suple entre la canasta básica del quintil 1 y la canasta básica promedio, y la enorme diferencia con la canasta del quintil 5. Corroborando que en esa medición truncada de línea de pobreza “no están todos los que son”.
Comparación canasta quintil I y quintil V, promedio (2011-2020)
Fuente: Construcción Torres & Corporán, en base al Banco Central de la República Dominicana.
Del mismo modo en el análisis de los tipos de trabajo que produce en el mercado laboral, se destaca que para el año 2019 alrededor de 2 millones de personas ocupaban puestos con ingresos (tomando en cuenta sólo el origen laboral) que no alcanzaban a llegar a la canasta básica del quintil uno. Ocupando posiciones poco atractivas por la carga que implican y la escasa remuneración.
Se trata de un sistema que para avanzar descansa sobre una élite que precariza salarios, reduce beneficios a los-as trabajadores-as, concentra ganancias y en resumen se vale de la pobreza de una gran parte de la población.
Esta población empobrecida tiene una carga pesada en el mundo del trabajo, pero más aún las mujeres, pues a pesar de que el análisis de más de 40 encuestas desde año 2000 hasta el año 2020 muestra un aumento en la participación de la mujer en la población económicamente activa y una reducción de la brecha. Sin embargo cuando se analiza la calidad, medida por indicadores internacionales, muestran una alta segregación en detrimento de la mujer en los sectores de mejores condiciones laborales.
Así, por ejemplo, las mujeres continúan concentradas en ramas de actividad económica ligadas al cuidado, como lo son enseñanza, educación, hoteles, bares y restaurantes y otros servicios, que dan cuenta, luego de 20 años, que el país no supera los estereotipos que confinan a la mujer ligada a la reproducción, mientras que los hombres se concentran en los sectores de mayores garantía de condiciones y salarios, como lo son agricultura y ganadería, industria manufactureras, construcción, transporte y telecomunicaciones, etc.
La investigación muestra cómo las personas que se agrupan en las ramas de actividad donde la mujer es mayoría, el 75% se encuentran en pobreza, mientras que los que se concentran en los sectores donde los hombres son mayoría sólo el 9.8% está en pobreza, lo cual expone niveles de disparidad existente en el mercado laboral dominicano.
Este dato pudiera estar en consonancia con las brechas salariales. Según la brecha salarial medida por factores ponderados, las mujeres cobran (en promedio, por hora trabajada) un 23.88% por ciento menos que los hombres, lo cual se agudiza cuando se mide por sectores, pues en el sector privado las mujeres que trabajan tanda completa ganan 30.02% y los de tanda parcial 37.88% menor que los hombres en iguales tandas. Mientras, que por otro lado el sector público, para las mujeres que trabajan tanda completa la brecha es de 6.91% y las de tandas parciales 20.70% menor que los hombres.
La publicación deja bien claro que para superar tanto la segregación por sexo, como la brecha salarial no será suficiente mejorar las condiciones coyunturales de las mujeres en el mundo laboral, se necesita un esfuerzo mayor del país para que cambien costumbres, miradas y estereotipos con un empuje capaz de generar una consciencia colectiva que reconstruya los lazos comunitarios y solidarios en el mundo del trabajo. Del mismo modo, llama a la necesidad de ampliar los paradigmas bajo los cuales se han definido los parámetros que nos llevan a identificar al “pobre” más allá del establecimiento de un indicador. La gestión del bienestar implica políticas integrales que tienen que atar provisión universal de derechos fundamentales, la incidencia por parte de los gobiernos en un mercado laboral que garantice todos los derechos y que pueda proveer ingresos que rompan con la dependencia de la caridad privada e institucional.
Como sociedad tenemos que comenzar a exigir ese cambio porque la pobreza no “es” un dato. Es un fenómeno social que se produce y se reproduce en el mundo del trabajo.